Este artículo no está
redactado para hablar de la alegría, deseo de descubrir y curiosidad que
sienten los niños cuando visitan una finca, ya sea como parte de una actividad
docente o como un simple paseo familiar. No, nada de eso, sino para aquellos que
nacen, sus padres trabajan allí o de repente son aceptados por los propietarios,
para que ayuden en algo dentro de la unidad de producción. Su formación en el trabajo
campestre, los hace madurar un poco antes que cualquier mozalbete de pueblo. Son
buenos para escuchar más que para opinar. Se sientan alrededor de cualquier
grupo de obreros a solazarse con los relatos de sus correrías fantasiosas.
Algunos más osados blanden un cigarrillo entre sus dedos, con la risa o reprimenda
de los adultos. Otros se arriesgan a ingerir tragos de "guarapo", aguardiente,
ron o cerveza como forma de demostrar su avance en la vida y lo preparado que
se sienten para actuar como hombres completos. Las niñas son otra cosa, yo
conocí varias de ellas que hacen trabajos de campo como cualquier varón de su
edad; pero son especiales para seleccionar granos, sembrar, atender conejeras,
mantener galpones avícolas y en definitiva desempeñar labores de menos fuerza y
mayor cuidado o delicadeza. Algunas rechazan labores de cocina, lavar ropas o
atender funciones propias del hogar.
Niños de ambos sexos que ven
la escuela como algo secundario, como una forma de conquistar un mundo que los
apartaría de aquel que conocen. Asisten por asistir, pero no con la emoción o
preocupación que causa las actividades académicas en las ciudades. A veces
cuando visito zonas rurales o pueblos pequeños donde desarrollé mi función
agropecuaria, me consigo con algunas personas que los conocí a edad temprana y
me relatan su progreso o digamos mejor su estado actual. Si pudiera hacer una
encuesta concluiría, que la mayoría permanecen en el sitio y son el sustento de
sus padres. Los sustituyeron en sus labores, compraron o invadieron tierras,
manejan cosechas, venden ganado o en definitiva desempeñan los roles
aprendidos. Siempre pensé que el campo moderno le debe mucho a los
agrotécnicos, pero también a estos muchachos. Es más fácil transmitirles
adelantos tecnológicos que a sus propios padres o personas hechas y derechas.
Es un privilegio tener 2 o 3 chicos de estos en una finca; vuelan y resuelven
como ninguno. Su memoria y energía están siempre disponibles, sin poner muchos
frenos al propósito. Sus ideas atropelladas a veces ayudan o sirven para
adiestrarlos a ellos mismos. Siempre valoré que la mejor edad era de los 11
hasta los 16 años, son sin lugar a dudas el alma de una finca.
Quieres tener un caballo
ensillado al instante.? Intentas saber dónde dejaste la inyectadora.? Quieres
que te busquen el suero de cuajar leche en tiempo record.? Deseas saber, quién
dejo la puerta del corral abierta.? Saber, si la sal y melaza la dejaron en el
sitio.? A qué hora pasa la Toyota que moviliza la gente de la aldea por el frente
de tu finca.? Pretendes conocer, si el vecino vacunó su ganado contra la Aftosa.?
Cuántas pacas de fertilizantes quedan todavía.? Cuándo vendrá el veterinario
nuevamente.? Cómo anota el tractorista los tiempos trabajados.? Qué dijo el
perito del banco del lote de café financiado.? Si las gallinas recibieron la
vacuna planificada.? Bueno, las respuestas a estas y miles de preguntas más, las
tienes o consigues de cualquier rapaz que desestimamos y a veces apartamos por
“metido” ó “sopón”,, como decimos en los Andes Venezolanos.
Néstor H. Agosto 2014
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